Un
Enorme Vacio ®
Para recordar tu imagen, Mª Jesús saque de mi viejo
cajón de los recuerdos,
aquellas fotos que con mi antigua máquina
fotográfica saqué.
Yo te vi joven y hermosa con tu traje blanco de novia.
Parecías una rosa blanca que se abría al nuevo día.
Te casabas, por fin te librarías del yugo paterno
que tanto mal te hizo.
Ya serias libre, dejarías de ser la cenicienta de
una casa donde solo eras la
doncella que siempre fuiste.
Dejarías a un lado esa cruz que el destino te impuso
al nacer.
Yo te vi, radiante y con luz propia, te vi de un
lado a otro atendiendo a los
invitados riendo con ellos, se te veía orgullosa y
feliz.
Aun rio cuando a veces yo llamaba a vuestro
teléfono, para saber de ti.
la simpatía te desbordaba y no parabas de reír,
yo creo que hasta tu marido se reiría, al sentirte
así.
Ya nunca más seria la sirvienta de la casa de tus
padres,
ya nunca más tendrías por que soportar desprecios y
humillaciones.
Pero el destino ese maldito destino que a veces nos
acompaña al nacer,
de nuevo te tendría preparado una nueva condena para
ti.
Nunca Dios te concedió descendencia alguna,
no te permitió el placer de ser madre, el sueño de
toda una mujer.
No nos dejaste el testimonio viviente
de tu paso por esta breve vida que Dios te concedió
vivir.
Si te libraste de las cadenas paternas,
pero no de las cadenas que el destino te ato al
cuello,
las cadenas más gruesas y pesadas que la misma vida.
Yo fui testigo de tu lucha por seguir viviendo
sin perder esa sonrisa tuya angelical
esa sonrisa que solo los ángeles como tu poseen por
gracia divina,
esa sonrisa que todo lo ilumina
esa sonrisa que hasta el corazón más apenado sus
penas olvidan.
Quisiera olvidar aquel fatídico día,
en que salías de aquel humilde cementerio de pueblo.
Venias del brazo de tu marido muy apenada pero
tranquila y serena.
Habíais dejado para siempre allí
dentro a la madre de él.
Como si heridas de guerra se tratase, me mostraste
tus cicatrices;
cicatrices de la lucha que mantenías con la muerte.
Esa despiadada muerte que te pisaba los talones.
Pero tú sonreía nuevamente levantándote el cabello,
me mostrarte aquel horror que yo no pude disimular
La muerte pude ver rondando tu cabeza,
las piernas se me doblaron y temí
caer a no ser porque me agarre.
Y tú sonreía como si aquello no fuese contigo
y solo fuese un desgarrón en vestido viejo
del que te quisiera desprender
Nuevamente del brazo de tu marido te vi marchar;
tranquila y serena como si no tuvieras prisa por
llegar
Es la última imagen que en mi
memoria para siempre de ti quedará.
Después de eso un inmenso vacío en el alma,
ya nunca más esa sonrisa celestial en ti veré.
Que el cielo te dé allá donde estés, lo que aquí no
te supo dar.
De Amores

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